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pensamiento de Lacan. Sin embargo, es un laudable esfuerzo para mostrar la importancia que la
teoría lacaniana tiene para cuestiones que van más allá del consultorio, ve atinadamente que el
conjunto de esa obra tiene hondas consecuencias en diversos campos del psicoanálisis. Sin duda, al
reinterpretar la teoría freudiana en función del lenguaje, actividad preeminentemente social, Lacan
nos permite explorar las relaciones existentes entre el inconsciente y la sociedad humana. Una
forma de describir su obra consistiría en decir que nos hace reconocer que el inconsciente no es una
especie de región privada hirviente, tumultuosa, que está dentro de nosotros, sino un efecto de
nuestras relaciones con los demás. Podría decirse que el inconsciente está más bien fuera que
dentro de nosotros o que existe entre nosotros, como sucede con nuestras relaciones. Es
evasivo no tanto porque esté sepultado dentro de nuestra mente, sino porque constituye una
especie de red amplia e intrincada que nos rodea, que se entreteje con nosotros y que, por
consiguiente, nunca se puede sujetar. El lenguaje es la mejor imagen de esta red -que está por una
parte encima de nosotros y, por la otra, constituye la materia de que estamos hechos . Para Lacan,
sin duda, el inconsciente es un efecto particular del lenguaje, un proceso de deseo puesto en
movimiento por la deferencia. Cuando entramos en el orden simbólico entramos en el lenguaje
propiamente dicho, sin embargo, para Lacan y para los estructuralistas este lenguaje nunca está
sometido enteramente a nuestro control. Por el contrario, como ya vimos, el lenguaje es más lo que
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Terry Eagleton Una introducción a la teoría literaria
nos divide internamente que un instrumento que podamos manejar con confianza. El lenguaje
siempre nos preexiste , siempre está ya en su lugar , esperando para señalarnos nuestros lugares
dentro de él. Está listo y esperándonos, como pudieran hacerlo nuestros padres, jamás podremos
dominarlo o sojuzgarlo enteramente, como tampoco podremos sacudirnos completamente el papel
dominante que nuestros padres representan en nuestra formación. El lenguaje, el inconsciente, los
padres, el orden simbólico: en la obra de Lacan estos términos no son exactamente sinónimos pero
están estrechamente ligados. Algunas veces se refiere a ellos con el nombre de el Otro , como algo
que, a semejanza del lenguaje, es siempre anterior a nosotros y que siempre se nos escapará, que
ante todo nos dio el ser como sujetos pero que siempre se nos va de las manos. Dijimos ya que para
Lacan nuestro deseo inconsciente está dirigido hacia ese Otro, bajo la forma de una realidad en
última instancia placentera que nunca podemos poseer, pero también es cierto que para Lacan, de
alguna forma, nuestro deseo siempre lo recibimos asimismo del Otro. Deseamos lo que otros por
ejemplo nuestros padres inconscientemente desean para nosotros, y el deseo únicamente puede
suceder porque nos encontramos atados a nuestras relaciones lingüísticas, sexuales y sociales -el
campo entero del Otro que lo generan.
El propio Lacan no está muy interesado en la importancia social de sus teorías, y
ciertamente no resuelve el problema de la relación entre la sociedad y el inconsciente. Sin
embargo, en conjunto, el freudianismo sí permite plantear la cuestión. Ahora desearía examinarla
en función de un ejemplo literario concreto, la novela Hijos y amantes, de D. H. Lawrence. Incluso
críticos conservadores que ven con sospecha términos como "complejo de Edipo", a los que
consideran extraña jerigonza, algunas veces reconocen que hay algo en ese libro que a veces se
parece muchísimo al famoso drama freudiano. (Dicho sea de paso que es interesante como críticos
de criterio convencional emplean complacidos una jerigonza a base de símbolo", ironía
dramática y textura densa , pero se resisten extrañamente a aceptar términos como
significante y descentrador ). Cuando escribía Hijos y amantes, hasta donde yo sé, Lawrence
tenía algún conocimiento de segunda mano de la obra de Freud (Frieda, la esposa de Lawrence,
era alemana). Al parecer no conoció esa obra ni directamente ni en detalle, hecho que podría
considerarse como notable e independiente confirmación de la doctrina freudiana. Sin duda y sin
darse la menor cuenta de ello, Hijos y amantes es una novela profundamente edipal: el Paul Morel
que de chico dormía en la misma cama que su madre, la trata con la ternura de un amante y
experimenta gran animosidad contra su padre, se convierte en el Morel adulto, incapaz de sostener
una relación satisfactoria con una mujer, y al final, en busca de una posible liberación, asesina a su
madre en un acto ambiguo de amor, venganza y autoliberación. La señora Morel, a su vez está
celosa de las relaciones de Paul con Miriam, y se porta como pudiera hacerlo una amante rival.
Paul prefiere a su propia madre y rechaza a Miriam, pero al rechazar a Miriam rechaza
inconscientemente a su madre en Miriam, en lo que siente como agobiante afán de dominio
espiritual por parte de Miriam.
Empero, el desarrollo psicológico de Paul no se verifica en un vacío social. Su padre, Walter
Morel, es minero, su madre pertenece a una clase social algo superior. A la señora Morel le
preocupa que Paul también vaya a seguir el oficio del padre, pues quiere para su hijo un empleo
de oficina. Ella cumple con las obligaciones de un ama de casa. La organización de la familia Morel
es parte de lo que se denomina división sexual del trabajo , que en la sociedad capitalista
adquiere una modalidad en la cual se usa al padre como poder-trabajo en el proceso productivo, y
se reserva para la madre el suministrar el "mantenimiento" material y emocional del mando y de la
fuerza laboral del futuro (la prole). El destierro del señor Morel de la intensa vida emocional de ese
hogar se debe en parte a esa división social la cual lo separa de sus propios hijos, mientras acerca a
estos emocionalmente a la madre. Si, como en el caso de Walter Morel, el trabajo es
particularmente agotador) oprimente, es probable que disminuya aun más el papel que
desempeña en su familia. Morel queda reducido a establecer contacto humano con sus hijos a
través de las labores útiles que realiza en la casa. Además, por su incultura le resulta difícil
expresar sus sentimientos, lo cual ahonda la distancia que lo separa de su familia. La naturaleza
fatigante e inflexiblemente disciplinada del proceso laboral contribuye a crear en Morel, en su
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proceder dentro de casa, una irritabilidad y una violencia que obliga a los chicos a refugiarse más y
más en los brazos de su madre, lo cual, a su vez, aumenta su afán celoso por dominarlos. A manera
de compensación por su posición subordinada en el trabajo, el padre se empeña por reafirmar en
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